La revolución en dos ruedas

De la nacion:

Una revolución que se impulsa en dos ruedas

ERLANGEN.- Tres bicicletas cada dos ciudadanos. Esa es la meta, la nueva fórmula del equilibrio entre el cuidado físico, la preservación del medio ambiente y la velocidad de desplazamiento por las calles. Para cada familia, varias bicicletas. La hora de una nueva revolución ha sonado. Es una revolución posible y simpática, una revolución del músculo y el aire en las mejillas. La bicicleta es vida. Que los automovilistas dejen sus autos a un costado. Eso sí: en cuanto a los peatones, más vale que caminen con cuidado.

En Erlangen, precursora de la nueva era, hay que ser muy prudente para andar por la calle. Las bicisendas ya ocupan buena parte de las veredas. Sinuosas, serpentean por los parques y cruzan las calzadas. En esas bicisendas mandan los ciclistas. Saben que son la próxima ola: por eso, mejor no enfrentarlos.

Con la razón y la ley en la mano, el ciclista jamás se detiene si un transeúnte distraído pone un pie en el sendero marcado. Hay gente que camina mirando el cielo, escuchando a los pájaros. El ciclista alemán odia a esa gente. Llegado el caso en que colisionen dos cuerpos, el de la bicicleta y el del peatón atolondrado, el ciclista alemán se irritará muchísimo y lanzará a la cara del que ha sido pisado una colección de insultos bávaros. Chicos, grandes y viejos se enfurecen sin distinción de edades. Hay que ver lo deslenguadas que pueden ser las ancianitas cuando vienen rodando.

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Erlangen es, junto con Friburgo, la campeona de esta revolución mundial, que ha atacado con fuerza en China, en Japón y en Holanda, pero que tiene su eje en Alemania, como no podía ser de otro modo, ya que fue un alemán, el barón Karl Christian Ludwig Drais von Sauerbronn, el que inventó en 1813 una bicicleta bastante parecida a la actual aunque todavía -pequeño detalle- sin pedales y ya que fue otro alemán, Philipp Heinrich Fischer, el que le agregó los pedales faltantes, treinta años más tarde.

En Friburgo, los carriles exclusivos en las veredas se inauguraron en 1970. Entonces había 29 kilómetros. Hoy son más de 500. Entre Alemania y Austria, el Donauradweg, una senda que corre pegada al Danubio, abarca 932 kilómetros, algo inconcebible hasta hace unos años.

Los semáforos ya les dan señales a los ciclistas, hay inmensos estacionamientos para bicicletas, sobre todo cerca de las estaciones de tren, lugares para dejar la bicicleta (suelta, sin cadena) al lado de los árboles, trailers que los papás y las mamás enganchan a sus bicicletas para salir con los bebés, canastas y alforjas para llevar las compras y también novedades técnicas un poquito inquietantes.

Una de ellas, desarrollada por investigadores de la universidad local, es una bicicleta para manejar acostado. Requiere coordinación de movimientos, equilibrio, no quedarse dormido mientras se pedalea y una gran dosis de intuición para esquivar obstáculos, ya que al mirar siempre hacia arriba no se sabe qué hay adelante. Si el que viene es el mismo peatón de nuestra historia, no importa: siempre será él el que pagará la multa. Ahora, si es un camión con acoplado

El otro invento, al que le harán propaganda durante el Mundial, es un motor de hidrógeno para poner debajo del sillín. ¡Es ecológico, elimina el esfuerzo, la bicicleta marcha sola, no demasiado rápido, pero, vamos...! Según Stefan Schulte, ejecutivo de la empresa Masterflex, que la fabrica, la célula de combustible será un accesorio de la bicicleta tan común como el timbre. Y cuando ese timbre suena, abran la puerta: es el futuro, que ha llegado.

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También en el Mundial estará el alemán Didi Senft (1952), un excéntrico que muestra por toda Europa -vestido, vaya a saber por qué, de diablo- las enormes bicicletas que construye. Ahora le dedicó a la Copa la más grande: tiene 7,8 metros de largo y tres de alto, y entre los rayos de la rueda lleva incrustadas 80 pelotas de fútbol. Ojalá que no salgan rodando.

En Erlangen, cuando una bicicleta se rompe conviene llevarla a la Ratplatz. Allí, frente a la Municipalidad, tiene su quiosco de reparación Heiner Grillenberger. Durante mucho tiempo, él tuvo dos trabajos en el mismo lugar. Uno del lado de afuera, en la plaza, arreglando bicicletas. Otro del lado de adentro, en la Municipalidad. Allí fue durante tres períodos, hasta que se cansó de luchar sin recibir un centavo porque todo debía donarlo a su partido, concejal elegido por el pueblo, como aliado de los ecologistas y verdes.

Aunque ya no es dirigente político, al arreglar las cadenas que se rompen por día, Grillenberger le pone el cuerpo a la causa revolucionaria. Y además cobra 17 euros cada quince minutos.

* Las bicisendas, paisaje típico de Erlangen
La hora de una nueva revolución ha sonado. Es una revolución posible y simpática, una revolución del músculo y el aire en las mejillas. La bicicleta es vida. Que los automovilistas dejen sus autos a un costado.

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