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#381210Fecha: 09-05-2011

La experiencia de moverse en bici por las ciclovías porteñas

08/05/11 - 03:17
Una alternativa que crece. Un especialista en urbanismo, ciclista y periodista de Clarín recorrió la Ciudad en dos ruedas. Usó los distintos trayectos de la red, que ya abarca 65 kilómetros y se extendería a 100 para fin de año.

Primero, un amigo me dijo que usaba esas bicicletas amarillas que alquila el Gobierno de la Ciudad para moverse en el Centro. Después, María Luisa Mac Kay, periodista de Clarín, me aseguró que llegaba de Palermo a Constitución en 45 minutos usando las ciclovías. Quise comprobarlo.
Me levanto temprano y le saco una mochila a mi hijo Joaquín. Salgo desde Palermo por la bicisenda de la calle Gorriti. Un contenedor de basura toma un lado de la senda. Un camión de reparto toma toda la ciclovía. Lo esquivo. El paseo es tranquilo, bastantes autos en la calle pero pocos ciclistas en la senda. La mayoría sin casco, en bicis de paseo, relajados. Es un universo sub 30 con honrosas excepciones.

A la altura de Billinghurst, la senda de Gorriti desaparece. Tomo a la derecha. Empiezo a sentir transpiración en la espalda y en la cabeza. Es un recorrido por calles de casas bajas con algunos edificios de no más de ocho pisos. Una camioneta del Gobierno de la Ciudad obstruye mi camino. Paro, le saco una foto y un vecino me grita: “Hacele una multa”. ¿Tengo pinta de policía? Sigo más allá de Garay. Tendría que haber doblado antes.

El día es más que agradable. Si no fuera por el calor que me dan la mochila y el casco, la estaría pasando bárbaro. Llego a Parque Patricios y retomo hasta el Hospital Garrahan. La calle de los autos está embotellada. Un tachero, codo en ventanilla y pucho de costado, me grita: “Aprovechá la bicisenda mientras nosotros estamos hasta las pelotas”. Su voz se pierde mientras me alejo. Voy por Garay entre autos y colectivos: llego a Constitución y parece Territorio Comanche para las bicis. Me meto entre los colectivos como Indiana Jones cabalgando entre elefantes. Por fin llego al diario. Tardé una hora y cuarto. El subte me demandaría una hora. En auto, 45 minutos. Si con esto bajo el peso, el colesterol y la presión, no estaría nada mal. Igual, estoy lejos del récord Mac Kay.

Tengo una entrevista a la mañana. Cargo una camisa para cambiarme. Busco un mapa de las bicisendas en Internet. Aparece uno oficial, desactualizado. Descubro que las bicisendas se llaman ciclovías. Por fin, doy con el sitio mejorenbici.buenosaires.gob.ar. No hay ciclovía que me lleve a Santa Fe al 2000, así que agarro por la avenida entre los coches y colectivos. En un semáforo me doy cuenta de que manché el pantalón con la cadena de la bici. Decido ponerme el pantalón dentro de la media. Llego a la cita 5 minutos antes. En el baño de un bar me cambio la camisa. Me siento Superman disfrazándome de Clark Kent.

Salgo de la entrevista y vuelvo al sendero Billinghurst–Virrey Liniers, pero doblo en Perón. Cuando cruzo Pueyrredón entro en Once. Para la ciclovía es territorio en litigio: muchachos empujando carretillas, camionetas y peatones desplazados de la vereda disputan el mismo espacio. La ciclovía se hace contramano !¿Contramano?¡ Le pregunto a un ciclista cómo retomarla. Me da una larga explicación y, al final, un consejo de vida: “Acostumbrate a que en algún momento la ciclovía te abandona”.

Llego a destino tras una hora. Ya me parece normal la espalda mojada. De noche, me doy cuenta que estuve todo el día con el pantalón dentro de la media. Tengo que cambiar de pilcha.

Me levanto con dolor en las muñecas y en la parte de arriba de las piernas, donde se junta una con otra y cambian de nombre. Le saco a Joaco unas bermudas tipo pescador. Compro unos anteojos aerodinámicos. En una vidriera, me veo reflejado. Por alguna razón, un tipo de más de 50 con pescadores se parece más a un pirata que a un rapero.

Decido usar las bicis amarillas que ofrece gratis la Ciudad. Voy al puesto de Plaza Italia. Un señor de traje está haciendo el trámite: fotocopia de DNI y un servicio a su nombre. Una chica asegura que las usa todos los días para ir a su trabajo en Las Heras y Callao. Me dan una bici sin luz delantera, con luz trasera y bocina, pero rotas. Salgo por Avenida Sarmiento hasta Avenida Del Libertador: es el mejor paseo del mundo.
La ciclovía va por la vereda como en Berlín. Pasa entre árboles añosos, cantan los pajaritos, la gente hace deporte o pasea como si no le importara el tiempo. El piso es un billar, mis muñecas agradecidas.

¿Por qué las veredas, las calles y las ciclovías son mejores en los barrios caros?

Llego a la plaza de Retiro y pierdo la bicisenda. A lo lejos la veo. Ahora me lleva a Antártida Argentina. A la altura de Córdoba la vuelvo a perder. Saco el mapa que imprimí y me reencuentro con la ciclovía. Llego a Parque Lezama, mi destino final. Tardé algo más que una hora.
A la noche vuelvo en colectivo porque las bicis hay que devolverlas antes de las 20.
Tardo una hora hasta la esquina de casa.

Decido usar las bicisenda de Billinghurst–Virrey Liniers para evitar el centro, aglomeraciones, piquetes y protestas. Doblo en Carlos Calvo. En un buen trecho, las reparaciones de Edenor ocupan la ciclovía. Salgo rápido a 9 de Julio. Llego al diario en una hora. No puedo bajar el récord de María Luisa pero nunca se lo diré.

Es de noche y llueve. Dejo la bici en un garaje. No me animo a salir con lluvia. Más tarde lo encuentro a Enzo, un ciclista empedernido. Me explica que hay que tener una capa y una bolsa para la mochila por si llueve. Y salir despacio, es muy fácil resbalarse. “Pero igual te mojás”, le digo. “Sí, te mojás –responde–, de arriba y de abajo. Pero cuando llegás te secás y listo”. Es un ciclista empedernido, ya dije. Lo miro y me doy cuenta de que usa unos pescadores como los que le saqué a Joaquín.