Transpatagonia: Del Pacífico al Atlántico en bicicleta

<b>Para unir los dos océanos en bicicleta es necesario cruzar los Andes y pedalear gran cantidad de kilómetros por el desierto de las estepas y mesetas patagónicas. Esto puede resultar una aventura paro todo tipo de cicloturistas, pero si a esto le agregamos el cruce de la Meseta de Somuncurá, la travesía se transformará en un gran desafío.
</b>


Nuestro objetivo: penetrar el corazón de la Patagonia, descubrir su naturaleza salvaje y cruzarla por donde transitan sus animales y habitantes, totalmente ajenos a la vida de los pueblos y ciudades.

La Patagonia está formada por una angosta franja de lagos y bosques andinos, superficie casi despreciable en comparación con el resto del territorio constituido por vegetación esteparia y mesetas. Una delgada y larga franja de litoral alberga rica fauna y flora marina. Habitualmente son estas angosturas lo que la gente quiere conocer y visita al ir al sur, el resto quizás represente un aburrido desierto. Redescubrir este interesante desierto, de amplísimos y bellos horizontes cruzando una de las formaciones geológicas más antiguas de la Patagonia era lo que proponíamos.

La Meseta de Somuncurá, con una altitud promedio de 1.100 mts.., se presentaba como una inmensa fortaleza que encierra misterios antiquísimos. Actualmente ocupa casi una cuarta parte de la provincia de Rio Negro y gran parte de ella fue declarada por el gobierno de esta provincia Área Protegida.

En ella se encuentran 6 especies animales que no hay en ningún otro lado, se destacan “mojarra desnuda” (pez que pierde las escamas de adulto), una variedad de rana y otras de reptiles. A estos animales los acompañan personas modernas que viven como hace siglos atrás: con las condiciones climáticas más hostiles y en un entorno geográfico que para ellos es un oasis de vida. Este lugar encierra muchos misterios... Así como en Australia la inmensa Piedra de “Urulu”, el gran maciso rojo era considerada sagrada por los aborígenes, los tehuelches de estas tierras, rendían cierta devoción a “Yamnago” un lugar que concentraba la mayor parte de los animales.

El nombre Somuncurá, en lengua araucana, quiere decir: “Piedra que suena o que habla”. Me interesaba penetrar los misterios de esta meseta con la bicicleta y quizás hasta oírla hablar...





<b>Día 1: Desde Pto. Montt a Ensenada. (15 de Febrero)</b>

Puerto Montt se encuentra a orillas del Océano Pacífico, en el seno de Reloncavi y, al estar protegido por la isla Tenglo parecería que uno está a orillas de un lago en vez del propio mar.

La expectativa de tener una despedida con olas y un chapuzón fue frustrada. Tendríamos que esperar hasta llegar al Atlántico o mejor dicho: habría que luchar para cruzar los Andes, el desierto patagónico y la dura meseta de Somuncurá. ¡Nada más y nada menos que un cruce transversal de Sudamerica!. ¿Resistiríamos todos? ¿quiénes nos haríamos merecedores de ese victorioso chapuzón?.

Puerto Montt es una ciudad de cien mil habitantes, capital de la Xma. región, y junto con Bariloche, serían las dos únicas de todo el viaje. Alguna vez fue una aldea cubierta de espesa selva, llamada Melipulli. Luego se transformó en un puerto de salida maderera, y fue fundada recién en 1853 por el explorador Vicente Pérez Rosales. Talaron la selva y abrieron caminos a los lagos Llanquihue y de Todos Los Santos para ingresar por tres combinaciones lacustres al Lago Nahuel Huapi y Bariloche. Este antiguo camino conserva la belleza natural de la selva Valdiviana, pasa por dos parques nacionales y nos ofrece la posibilidad de disfrutar de la belleza de lagos y tramos en los que transitan sólo dos transportes al día.

El grupo quedó constituido por 11 ciclistas de diferente preparación física.

La primer etapa de pedaleo la realizamos en su mayor parte sobre asfalto y sin grandes obstáculos, esto me sirvió para observar la repuesta física de cada uno y ver si sería posible encontrar un ritmo de marcha que pudieran seguir todos. Nuestro viaje, lejos de ser una competencia, tenía como objetivo vital para un exitoso desarrollo, crear conciencia de grupo y compañerismo entre los participantes.

Los primeros 20 Km. hasta Pto. Varas los hicimos por un camino secundario, una comarca verde y ondulada, poblada por agricultores. En Pto. Varas nos encontramos con un pueblo turístico y con el inmenso lago Llanquihue, el tercero más grande de Sudamérica. Este lago se encuentra rodeado de volcanes con la imponente presencia del Osorno (2652), Calbuco (2015), Puntiagudo (2190) y el Tronador (3460 m/mar) a lo lejos. Al Osorno se lo puede considerar el “rey del lago”. La impresionante vista con su cono bien marcado se fue agigantando a medida que nos acercamos a Ensenada resultando un espectáculo motivante para nuestro pedaleo.

Con la fortuna del cálido día soleado, este lugar se asemejaba al Paraíso.

En Ensenada paramos en cabañas a orillas del lago, un lujo que contrastaría enormemente con el despojado desierto patagónico



<b>Día 2: Ascenso al volcán Osorno y rafting por el río Petrohue.</b>

En este ascenso superaríamos la propia altura del paso Pérez Rosales (1.022m) y ascenderíamos al mirador más alto y espectacular de la zona, al refugio de “La Burbuja” (1.200m). ¿Para qué semejante esfuerzo? Así era nuestra aventura, no nos contentábamos con cruzar los Andes sino que ascendíamos aún más alto que el propio paso. Yo les argumentaba que este era parte de un entrenamiento que los prepararía para el cruce de la meseta. Quería que se la imaginaran como el obstáculo más difícil que les esperaba y que llegaran psicológicamente preparados para cruzarla. En realidad la meseta no era lo más duro pero iban a llegar cansados y era bueno crear un clima de expectativa.

A las 8 de la mañana salimos, bordeando las orillas del lago ingresamos al Parque Nacional Pérez Rosales y nos encontramos dentro de un túnel de tupida vegetación. Apenas dejamos la orilla del lago comenzamos un ininterrumpido ascenso de 12 Km. con un poco más de 1000m de desnivel. El camino, aparte de la importante pendiente, tenía tramos con arena que resultaban un obstáculo técnico que sólo podían superar algunos. Había quienes se resbalaban, se asfixiaban por la falta de aire y se resignaban a caminar. La consigna era darle para arriba, lento, constante y seguro. El ritmo de marcha fue bueno y sobre el final sobrepasaron la altura de las nubes, a través de las cuales podían ver el lago y adivinar la diminuta playa de la que veníamos. El premio se lo habían ganado y creo que todos coincidían en que el esfuerzo había valido la pena. Llegaron a un lugar desde el cual todas las cumbres parecían estar al alcance de las manos!. Jan aún quería más y pedaleó hasta la nieve del cono volcánico...

¿Quién dijo que estaban cansados? La mayoría coincidió en terminar el día de una forma más excitante y apenas pasado el mediodía, se fueron a un rafting por el río Petrohué.

Seguramente que la meseta no sería obstáculo para esta gente, que ya al segundo día de la travesía, había podido pedalear por sobre las nubes...



<b>Día 3: Cruce de los Andes por el paso Pérez Rosales.</b>

Pasamos por los saltos del río Petrohué y a los 16 Km. llegamos a Petrohué, puerto de embarque para cruzar el Lago Todos los Santos (200m), también llamado “Esmeralda” por el color de las aguas. Las bicicletas coparon la proa del catamarán. Nos pusimos cómodos para las casi dos horas de navegación y 36 Km. de este cruce. Pudimos apreciar sus escarpadas laderas cubiertas de bosques de coihues, la Isla Margarita y las ocasionales viviendas de solitarios pobladores.

Al desembarcar en Peulla comenzamos un suave ascenso hasta Pangue, puesto de carabineros. Este camino es transitado sólo dos veces al día por un autobús que lleva turistas al puerto de Lago Frías. Son 28 Km. en plena Selva Valdiviana, por uno de los tramos más bellos de toda la travesía. En la angosta franja de esta selva, compartida con la Argentina, se registran los niveles más altos de precipitaciones del país. Tuvimos la rara oportunidad de contar con un día soleado y cálido.

A los 15 Km. llegamos al puesto de carabineros, Casa Pangue, y a partir de ahí comenzó el verdadero ascenso. Fueron 8 empinados kilómetros, en los que subimos desde los 350m hasta los 1.022 m/mar del Paso Pérez Rosales. Este cruce habitualmente lo hacen muchos ciclistas, pero en sentido inverso, dado que viniendo de la otra dirección se tiene una larga y fuerte bajada.

Una vez que ingresamos a Argentina, por el P.N. Nahuel Huapi, comenzamos el corto y abrupto descenso de 4 Km. hasta Pto Frías (700m). Todo venía bien y a pesar del poco tiempo que había entre una y otra combinación lacustre, habíamos llegado a tiempo cumpliendo exitosamente con una contrarreloj obligada. Pero en la aduana de Pto. Frías nos enteramos que había inconveniente con los barcos. Se creó un clima de expectativa y nos preguntábamos si podríamos cruzar. Estábamos aislados entre dos lagos y no era nuestra culpa. La compañía naviera asumió su compromiso y dijo que nos esperaban en Pto. Blest para buscarle solución al problema.

Finalmente vino el breve cruce del lago con la vista del Cerro Tronador en primer plano. Apenas 20 minutos de navegación para desembarcar en Pto. Alegre y pedalear los últimos 6 Km. del día hasta Pto. Blest. El responsable del hotel nos confirmó que habían tenido un problema con un barco y que él se haría cargo de alojarnos. Recién al otro día por la tarde, podríamos cruzar el lago Nahuel Huapi.

Como teníamos previstos días de margen, no había por qué preocuparse. Tendríamos el lujoso gusto de pernoctar en el exclusivo hotel de Pto. Blest y esto sí que contrastaría con lo que les esperaba!


<b>Día 4: Un corto descanso.</b>

En esta parte del P.N. Nahuel Huapi, es donde más llueve de la Argentina y dadas esas condiciones los bosques y la tupida vegetación se desarrollan de una forma espectacular. Pudimos recorrer los alrededores y sentir nuestra pequeñez entre los gigantes alerces. Visitamos la cascada de los cantaros y una laguna escondida, en un horario en el cual no había turistas y los paisajes se nos brindaban de forma exclusiva. Por la tarde después de una hora y media de navegación, cruzamos el lago Nahuel Huapi y desembarcamos en Pto. Pañuelo.

A la tarde llegamos a lo de Ana, una holandesa que nos brindó su tranquilo albergue que se encuentra a 4 Km. de Bariloche. Este lugar fue el centro de operaciones desde donde armamos la logística para la lo que restaba de la travesía. Nos esperaban Germán y Marcelo quienes nos darían el apoyo para las próximas etapas.
Día 5: Bienvenida la estepa!!

A 13 Km. de Bariloche dejamos el lago y empezamos a ascender por la Ruta Prov. 23. ¡Adiós al asfalto y a los bosques! El paisaje de las siguientes jornadas estaría desprotegido de sombra y reparo.

En el desierto patagónico el viento es el rey y corre predominantemente en dirección Este. Eso significaba que lo tendríamos a favor lo cual podía ser una importante ayuda.

Esta ruta habitualmente también se la llama “Línea Sur”, corre a la par de las vías del ferrocarril y sigue las antiguas “rastrilladas” ó caminos indígenas. Los tehuelches sabían donde había agua y cañadones que se les presentaban como vitales oasis para su supervivencia. Fueron los que abrieron este camino, que bordea la meseta por el norte, hasta llegar a Valcheta. Nosotros seguiríamos las antiguas huellas indias, sobre un desierto en el cual ellos avanzaban alrededor de 25 Km. diarios. El plan era aprovechar el viento desarrollando etapas de más de 100 Km., hasta encontrarnos con el obstáculo de, la “piedra que canta”: la Meseta de Somuncurá.

En esta primer etapa predominaban las subidas, el ripio suelto hacia pesado el andar y la falta de viento hacía que el sol se sintiera con toda su potencia. Lógicamente que el viento de espalda no refresca como el de frente y el calor se siente mucho más. Con cerca de Cº 35 y con una humedad casi nula los rayos solares impactan fuertemente así que cada vez que paráramos tendríamos que improvisar toldos para producir nuestra propia sombra. El ritmo de marcha variaría según las horas del día, por la mañana aprovechando la fresca tendríamos más energía para pedalear. En este desierto la variación térmica entre el día y la noche, podía ser de más de Cº 30.

Antes de llegar a Pilcaniyeu cruzamos un largo puente sobre el río Pichi Leufú, oasis en el que seguramente los tehuelches se detenían y el que nosotros nos dimos una refrescante zambullida.

Llegada la noche armamos campamento en una escuela que se encuentra en el cruce de la Ruta N. 40.

<b>Día 6 y 7: A la par de la “Línea Sur”</b>

Como todos los días había que madrugar, el frio matinal podía producir fiaca en algunos pero para completar los 130 Km. que nos separaban de Jacobacci, no había otra opción. El desayuno lo armaba cada uno a su gusto, había: café, leche té, galletitas, dulces y cereales. Durante la marcha nos íbamos abasteciendo de tabletas de cereales artesanales, frutas y mucho agua. Germán y Marcelo eran los encargados de adelantarse y localizar los lugares de las paradas, ellos transportaban todo el equipo de campamento, las reservas de agua y alimento. Sin este vital apoyo la travesía no se hubiera completado en el tiempo que teníamos programado. Al frente del “cacharro” iba una bicicleta “Tibet” (Zenith) que al llegar sería el premio de algún afortunado que se la ganara. Mientras tanto, estaba a la vista de todos y cualquiera podía motivarse al imaginar que se la ganaría.

Mi función seguía siendo la de mantener al grupo unido y establecer los ritmos de marcha. La conciencia grupal ya estaba afianzada y la gente que hubiera podido adelantarse optaba por ir esperando a sus compañeros. En el comienzo de esta jornada tuvimos subidas y todo indicaba que la lenta marcha que llevábamos nos impediría llegar ese día a nuestro destino.

Antes de llegar a la estación de Clemente Onelli, pasamos por el pueblo de Comallo y un lindo cañadón en donde almorzamos, pero fue en Onelli donde las condiciones se tornaron verdaderamente favorables. Esta desolada estación se encuentra 1.100 m/mar y con marcas de Cº -30 en invierno es uno de los lugares más fríos del país. Por suerte estábamos en verano, el viento empezó a soplar fuertemente a favor y las largas bajadas hicieron que llegáramos a Jacobacci antes de lo previsto. Probablemente esta haya sido una de las etapas más duras ya que algunos terminaron desmoronándose en la cama.

Este pueblo es la estación principal de la línea de servicios del ferrocarril, que llegó en 1917 y en honor al ingeniero italiano jefe de la obra del ramal ferroviario, lleva su nombre.

Nos dieron alojamiento en el Albergue Municipal y nos contaron, que ahí como en Maquinchao, el siguiente pueblo por el que pasaríamos, eran comunes la carreras de mountain bike.

Los 80 Km. de camino hacia Maquinchao fueron por un paisaje aburrido, predominantemente llano, sin sierras como los días anteriores. El viento favorable nos permitió superar los 50 Km/h en tramos de recta.

En Maquinchao nos despedimos de la “Línea Sur”, tomamos por la Ruta 5, camino al Caín, un paraje que está al comienzo de la meseta de Somuncurá. El viento viró, se puso frontal y lateral de forma que el ritmo de marcha cambió considerablemente. Evidentemente ese día no sería posible completar los 90 Km. que restaban al Caín. No había ningún reparo, parecía que pedaleábamos sobre la nada y montar campamento con el fuerte viento hubiera sido una tarea dificultosa. La gente entró a desmoralizarse, estaban cansados, el ritmo era lento y la vista se les perdía en el inacabable horizonte buscando algún reparo. En esas condiciones con los ojos podemos llegar horas por delante de lo que lo haríamos con la bicicleta y uno puede llegar a sentirse como un náufrago sin ninguna isla. Pero la Patagonia a veces ofrece buenas sorpresas y de la nada apareció un inmenso hoyo con una laguna y árboles. A este lugar, los pobladores lo llaman el refugio de la laguna y un amplio galpón se presenta como el salón más acogedor.

Finalmente sólo la cocina quedó establecida en el galpón, todos optaron por el espectacular panorama que gratuitamente nos brindaba la naturaleza, desde la playa de la laguna. Los rojizos colores del atardecer se escaparon en alargadas nubes y les dieron espacio a los millones de estrellas que aparecieron como titilantes e inquietas luciérnagas. ¿Quién dijo que el desierto no es hermoso?

Así es el viento, brutalmente bello, una fuerza invisible para admirar. Cuando lo tenés por detrás no se escucha, te impulsa y ayuda, cuando lo tenés de frente, se transforma en un martirizante demonio que pone a prueba tu paciencia y nervios y cuando se calma te permite relajarte como nunca y hasta podés escuchar la música de las estrellas del límpido cielo patagónico.



<b>Día 8: Un accidentado ingreso a la meseta.</b>

El Caín (1.000m/mar) es un pequeño pueblito que se encuentra al borde de la meseta, a una altitud levemente inferior al resto. Antes de llegar allí habíamos cruzado una serie de sierras rojizas, muy erosionadas, con amplios miradores desde los cuales se podía apreciar el infinito horizonte con los bordes mesetarios. Caballos semisalvajes, de alguna lejana estancia y ñandúes corrían al vernos. Algún zorro o guanaco se mimetizaba en la distancia y nos observaba inmóvil. Los chinchillones, a modo de escurridizas ardillas, se escapaban entre las piedras. Pruebas convincentes que el inmenso desierto patagónico no es sólo la morada del viento.

El Caín, como la mayoría de los asentamientos, está ubicado en un bajo, con fuentes de agua cercana; cuenta con servicios básicos y una pequeña sala de Primeros auxilios. La encargada nos recibió y contó historias de cómo la gente vive y es atendida con lo mínimo, a veces menos que eso, pero con mucha voluntad y ganas.

A pocos kilómetros de El Caín sale hacia el sur la Ruta Provincial 67, que va para la localidad de Gan Gan. Nuestro desvio hacia el interior de Somuncurá era imperceptible ya que no existe ningún cartel ni aviso, solamente huellas que salen en diferentes direcciones. ¿Quién pudiera adivinar que por esta combinación de huellas se puede llegar a Cona Niyeu, un pueblo similar a El Caín ubicado a 180 Km. al este?

A la par de la huella que tomamos también salía otra, unos metros más adelante una tranquera y otra bifurcación. Un verdadero laberinto dentro del cual se nos presentarían 17 tranqueras e incontables e indefinidos cruces. El grupo estaba totalmente a merced del guía. Creo que nadie se preocupaba por donde los llevaba ya que en los primeros 30 Km., a pesar de lo angosta que era la huella, la transitabilidad era más suave y agradable que la propia ruta. El terreno se nos presentaba llano, a excepción de algunos bajos o depresiones en las que se formaban lagunas. Fuimos bordeando una sierra con la lejana vista de picos. El más alto de ellos es el Corona que tiene 1674 m. Dado que pedaleábamos entre los 1000 y 1.200 m/mar, estas cumbres apenas rompían la monotonía del horizonte. Se destacaban por sus curiosas formas: algunas puntiagudas contrastaban a la par de otras chatas.

Fuimos pasando por puestos abandonados, molinos y sólo un par de casas habitadas. Hasta que llegamos a lo de Aurora. La sorprendimos con la sola compañía de su “pequeño peón”, Agapito Ñancumil que con un poco menos de metro y medio y rasgos indígenas contrastaba con la figura de Aurora, alta delgada y de facciones europeas. Ella se sorprendió por nuestra presencia y lo primero que comento fue: "¿Ustedes no tienen otra cosa que hacer?". Tratamos de explicarle lo que hacíamos y que íbamos a Cona Niyeu, donde ella jamás había estado. Acostumbrada a la dura vida de la meseta no podía comprender la filosofía de nuestro grupo. Seguramente por timidez, no pareció mostrar interés en nosotros cuando le preguntamos si podíamos armar campamento al reparo de uno de los muros de adobe. Solamente la molestaríamos pidiéndole un poco de agua. Le ofrecimos comprarle un cordero como para que tuviera beneficio de nuestra presencia. Raúl y los más sociables del grupo le fueron dando charla hasta el punto de amigarnos y contarnos sus historias. Su marido la había abandonado hacía tiempo. Tenia una hija en Bariloche, abogada, a la cual visitaba en el invierno. Una pregunta nos quedó sin responder: ¿por qué regresaba a este despojado lugar en donde la supervivencia era una lucha, quizás un arte, y en donde su riqueza eran algunas cabras y ovejas?


<b>Día 9 y 10: “El desafío de la meseta de Somuncurá”</b>

A los pocos kilómetros después de lo de Aurora, el camino se fue poniendo cada vez más malo, transformándose en un pedrero. Cada tanto la huella descendía a un bajo, pasaba por arenales, lagunas secas, en donde la bici se atascaba. Estaba a la expectativa de las reacciones de los ciclistas; Laura repetía todo lo que había venido repitiendo en el viaje “estoy preparada psicológicamente para la Patagonia”. Sabía que ella no había entrenado pero quería darse el gusto de cruzar la Patagonia y se había mentalizado bien. Me interesaba que los demás compañeros pudieran mantener el espíritu de lucha y no aflojaran. Si Laura y Guido de 14 años podían, entonces ¿por qué no los demás?

Parecía que íbamos a almorzar en el tortuoso sendero de piedras hasta que para sorpresa de todos apareció una hondonada grande, como un profundo cráter y con una laguna. Era la laguna de Vicente quien vivía a sus orillas en una cueva de construcción artesanal. Todos nos asombramos de la precaria construcción de piedras apiladas, a modo de pirca norteña. Vicente apareció después de correr un barril que usaba como puerta. A pesar de su posición jorobada, su renguera y sus probables 70 años, se acercó sonriente a darnos la bienvenida. Era feliz, con un montón de cabras, decía que eran como 400 y dos perros que le hacían compañía. Este era un día especial jamás pasaba nadie...

Vicente siempre estaba firme en su puesto no veía nunca a los lejanos vecinos y fue por su sobrino que pudimos saber un poco más de la gente de este lugar que estando algunos a 20 Km. pasan meses sin verse. Nos contaron que hay quienes desconocen el valor del dinero, viven del canje con “mercachifles”, que pasan muy cada tanto. En un momento, ingreso a su refugio y fue por una linterna que decía que había dejado de dar luz. Nos contó que se la había regalado un capitán de barco de Madryn. Fue muy fácil arreglársela, simplemente le cambiamos las pilas. Probablemente desconocía la función de las pilas. Laura, Marcelo y Raúl, los tres médicos del grupo, escuchaban lo que decía sobre sus “achaques” y momentáneamente lo ayudaron con medicamentos del botiquín.

Vicente nos dio una verdadera prueba de resistencia, nos quedamos preguntando como hacia para resistir sin puerta los Cº –30 del invierno... A partir de ese encuentro creo que nadie podía aflojar y quejarse de las piedras del camino.

Camino al puesto de Jiménez pasamos por otra hondonada con su laguna que nos quedaba lejos y bajo a nuestra derecha. Un cartel improvisado con un tablón viejo anunciaba: “Cruce a Cayupan” y en este punto se produjo la misteriosa aparición de otro habitante de esta meseta: Aparicio. Nos dio información de la zona y nos asombró con su rostro, en el que tenía marcado todos los caminos y rugosidades de la meseta.

Jiménez y su familia fueron nuestros anfitriones. Ellos viven a orillas de otra laguna que pareciera encontrarse también en lo profundo de un cráter. Tienen una casa y otras dependencias a modo de pequeños galpones. Armamos campamento entre los corrales, con la vista de docenas de flamencos en la orilla opuesta. Esta hospitalaria familia nos agasajó con pan casero y nos entretuvo con referencias del lugar.

Al tercer día en la meseta, bordeamos el Cerro Paramela. Cruzamos varias tropillas de guanacos y comprendimos por qué esta meseta era el santuario de caza de los tehuelches. Ellos venían a este lugar a cazar los guanacos a los cuales aprovechaban en un 100%. Pero era tanta la cantidad de guanacos que yo me preguntaba si este no sería “Yamnago” el lugar sagrado en donde los indígenas se abstenían de cazar.

También vimos “piches” (mulitas), choiques (ñandúes) y hubo quienes avistaron “maras” (liebres patagónicas).

Al descender por la escarpada “Cuesta del Naciente” pudimos notar los bordes de la meseta y observar como sobresalen a modo de fortificación impenetrable en el océano de la estepa patagónica.

Finalmente al 2do. día de traqueteo sobre las piedras más antiguas de la Patagonia, llegamos a Cona Niyeu y completamos el cruce de la meseta. El grupo empezó a relajarse y hacíamos planes de que con el viento a favor del día siguiente, podríamos llegar a Sierra Grande. Pero no fue así: el viento se enfureció, cambió de dirección y frustro los planes de quienes esperaban cruzar la bandera a cuadros. Para colmo esa tarde el sol estuvo más fuerte que nunca y una rebelde lluvia de diez minutos no sirvió para aplacar el calor de los ciclistas, quienes llegaron a Arroyo Ventana más cansados que nunca.

La Patagonia no es tan fácil, en ella la Naturaleza es la que manda. En bicicleta la cruza sólo aquel que agacha la cabeza. Y en la meseta sobreviven solo aquellos que saben escucharla.



<b>Día 12: La zambullida de la victoria. (26 de Febrero)</b>

A llegar a Sierra Grande se empezó a sentir la emoción del grupo, estaban a sólo 30 Km. de Playas Doradas. Finalmente en las amplias playas de este balneario la emoción se descontroló: el pelotón se dirigió derecho al mar para darse la zambullida tan esperada. Ignacio no lo dudo y se metió con bici y todo.

Algunos habían realizado su sueño de unir los dos océanos otros descubrieron la hermosura de la Patagonia y seguramente el deseo de visitarla de nuevo.

Pero quienes descubrieron el misterio de la Meseta de Somuncurá (piedra que habla) y adivinaron lo que ella decía?

Me gustaría saber si este lugar no ejerce sobre la gente la misma atracción que ejercían las sirenas en la mitología griega. Según la leyenda, cuando Ulises pasó cerca de la Isla de las Sirenas, les pidió a sus hombres que se taparan los oídos y lo ataran al mástil. Se sabía que todo aquel que las escuchaba cantar jamás regresaba. Gracias a ese artilugio pudo superar el obstáculo.
Así como la isla de la sirenas atrapaba a los navegantes que se atrevían a escuchar su canción, la Patagonia me ha atrapado. Sé que es un lugar especial para descubrir los fenómenos naturales y humanos y siempre regresaré para organizar otras aventuras. Para el próximo año estamos preparando una Transpatagonia con nuevos ingredientes...

Opinión de Transpatagonia: Del Pacífico al Atlántico en bicicleta

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Publicada en Marketplace

La veo publicada en marketplace por 100.000 pesos, evidentemente es R O B A D A. La Descripción es de alguien que no tiene idea de lo que es una CUBE

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Specialized sirrus x 2.0

Someone stolen my bike in my job, Hersham 28 Lyon Road Let me know if you see. It is my transport to go my job Thanks

25/02/24 20:38

Robo de bici Trek en La Paz, BCS, México

El día 19 de febrero las 4:24 pm me robaron mi bicicleta marca Trek modelo Procaliber 6 color negro mate, rodada 29. El robo de la bicicleta ocurrió afuera de la librería Educal ubicada en la calle 16 de septiembre en el centro de La Paz, BCS. Les agradeceré cualquier información por si es que

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