Puente de Hierro

Algo había escuchado de un puente de fierro sobre el río Samborombóm… De algún modo me interesó. No se por qué, pero sentí que debía conocerlo…
Busqué en internet algunas imágenes y no estaba seguro si lo que me mostraban era el puente que yo quería conocer. Así fue que el sábado 24 a la mañana, monté la bici y salí a su encuentro.
Un hermoso viaje, solitario. Sin radio y sin compañía en el camino. Solo el paisaje, mis recuerdos, mi bici y yo.
Salí por la calle 137, llegué a Arana, luego Correa, Bavio, Arditi. Payró, Ruta 36, Ferrari y llegué.
Alli estaba el puente. Inmenso por su tamaño, pero pequeño por el paisaje de la llanura bonaerense que Echeverria describió “Inconmensurable”.
Anacrónico y obsoleto, parecía ajeno al paisaje y al mismo tiempo, tan parte del mismo por los años que hará que esta clavado allí, sobre las mansas aguas del rio, que pasan silenciosas como temiendo molestar…
Yo, que me sentía Clint Eastwood recorriendo Madison en busca de puentes, de golpe me topé con una imagen que más se acercaba a un tango de Homero Manzi que a una toma de aquella película.
Un poco me desilusionó. Había pedaleado 100 Km y ese puente no parecía valerlos.
Subí a transitarlo y noto con asombro que el camino, no seguía después del puente. Tal vez estaría escondido en la creciente, pero no había camino.
Rarísimo, del otro lado del puente, un alambrado y un potrero bajo con vacas paridas.
Volví a recorrerlo, el puente casi vencido, silencioso, oxidado, con remaches que le faltan y sin un nido de ave en su estructura. Parecía que mas le temía al olvido, que la vejez.
Entonces entendí que estaba allí, como esperándome. Tantos años escapándole al olvido, tal vez sabiendo que yo llegaría a darle un saludo fraterno.
Entonces rompí el silencio y le dije: “¿Qué pasa amigo? ¿No tenés mas camino? No hay dónde ir”.
Y en su anciano silencio, el puente pareció responder. “No importa dónde te lleve el camino, lo importante es saber, dónde querés ir vos”
Yo no soy pescador, pensé. Yo vine por el puente