quen es nairo quintana
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Nairo Quintana, ciclista colombiano.
EFE
El 19 de septiembre del 2010 El País, en sus
ediciones impresa y web, publicó un texto del
periodista caleño Jorge Enrique Rojas, titulado
'Carta a Nairo'. Rojas había viajado hasta Bogotá
y Boyacá con un único objetivo: entrevistar al
joven boyacense que acababa de ganar el Tour de
lAvenir. Pero no pudo lograrlo. Nairo sólo le
concedió unos cuantos minutos de diálogo, pues en
aquella ocasión fue literalmente arrasado por una
agenda de compromisos sociales, muchos de ellos
entre las altas esferas del poder, que celebraban
su triunfo.
Rojas, entonces, se dedicó a seguirlo desde la
distancia, a observarlo y a dialogar con todos
aquellos que guardaban un trozo de la historia de
este campesino que hoy viste de orgullo a
Colombia. Fue así como, quizá por primera vez, se
contó la historia completa de las raíces humildes
y auténticas de este héroe del deporte colombiano,
así como su larga carrera de lucha y sacrificio en
el ciclismo.
Este trabajo fue merecedor de un Premio Nacional
de Periodismo Simón Bolívar en el 2011. En la
'Carta a Nairo', el periodista relata el momento
en que el presidente de la República, Juan Manuel
Santos, recibe al campeón y, en su discurso, le
hace dos promesas: una casa para su familia y la
construcción de un centro de alto rendimiento para
las jóvenes promesas del ciclismo en Boyacá.
Tres años después, las imágenes de la televisión
dan cuenta de que la familia de Nairo Quintana
sigue en el mismo lugar y en similares
condiciones. Y que muchas de las promesas que le
hicieron al campeón -- algunas de ellas tan
pintorescas como la de un político que ofreció un
lote de gallinas como regalo -- siguen en el
tintero. A partir de esa realidad, Rojas retoma
hoy el tema en una segunda entrega de su 'Carta a
Nairo', titulada Posdata.
Este es su texto:
"Yo espero que usted sí pueda leer esto,
Presidente. Hace tres años, cuando Nairo Quintana
ganó el Tour de lAvenir, estuve en su casa. No me
refiero a la de él, que luego de conocerla pude
darme cuenta no alcanza a llamarse casa. Hablo de
la suya, Presidente, la Casa de Nariño.
Estuve allí porque usted lo invitó para hacerle un
homenaje. Yo estaba atrás, entre la montonera de
periodistas, cubierto por luces y cámaras de
noticieros que seguían el discurso que entonces
usted daba, palabras llenas de orgullo patrio,
cómo olvidarlo. Hoy, sin embargo, debo serle
franco: yo no estaba pendiente de usted. Desde mi
rincón solo veía a Nairo.
Y ahora recuerdo su cara: el nerviosismo que se le
acumulaba en gotas de sudor que le brillaban en la
frente, sus ojos abiertos como platos de sopa. El
chico estaba feliz. Era esa felicidad que
desfigura el rostro, incontenible como estornudo,
felicidad tan rara para algunos colombianos.
En medio del discurso usted prometió una casa para
sus padres y un centro de alto rendimiento para
los deportistas de su tierra. Luego le puso una
medalla en el pecho y le dio un abrazo.
Yo había ido hasta Bogotá para hablar con él.
Quería que me explicara de dónde había sacado esa
obstinación, esa persistencia a prueba de golpes
para sobreponerse a su propio destino.
Pero después de la Casa de Nariño, Presidente,
vinieron más promesas. Unos y otros lo llevaron de
aquí para allá, exhibiendo su triunfo como gesta
propia. Aquel día, entonces, solo pudimos
conversar unos minutos. Y aunque lo intenté, nunca
pude verlo otra vez.
Poco después, luego de viajar hasta Arcabuco para
conocer el lugar donde había nacido, escribí un
texto para contar quién era ese muchachito que no
pude conocer pero que admiraba tanto. Lo titulé
Carta a Nairo. La carta, sin embargo, él nunca la
leyó.
¿Sabe por qué lo sé? Un día después de publicado,
una de sus hermanas me llamó. Me pidió el favor de
que le enviara el periódico porque allá donde
vivían era imposible conseguirlo.
Yo lo empaqué en un sobre de manila y se lo mandé
por correo certificado, pero la empresa de
mensajería me lo devolvió a la semana siguiente. Y
cuando se lo volví a mandar, pasó otra vez. Me
explicaron que no habían podido encontrar la casa.
Que con esas indicaciones: pasando la curva de La
Cantera, sobre la loma de El Moral, a quinientos
metros de la guardería Pato Lucas, era imposible.
Aquello, Presidente, me pareció una metáfora de
este país que desconoce cómo vive su gente: en esa
Colombia, en esa Colombia sin direcciones, allá
donde ni siquiera llegan cartas, allá vivía
nuestro campeón.
Y allá sigue viviendo. Estos días lo he visto por
televisión: las paredes de adobe, el suelo de
tierra, el techo roto. Esa es la razón por la que
hoy le escribo, Presidente. Perdone si esto le
parece una impertinencia, pero yo aún creo en el
poder de las historias. Y la de Nairo, es la
historia de este país.
Es la historia de una lucha olvidada, de cientos
de promesas incumplidas. Créame, no exagero: hace
tres años, por ejemplo, un político le prometió a
la mamá de Nairo 300 gallinas para celebrar la
valentía de su muchacho. Hoy, en el solar de los
Quintana, hay lo mismo que entonces: trozos de
bicicletas, retazos de neumáticos, perros de razas
callejeras.
Yo no soy nadie para pedir que cumpla su promesa,
Presidente. Usted debe tener urgencias mayores.
Pero yo creo que ahora, cuando en La Habana se
discuten treguas, rendiciones, reparticiones de
tierra, darle una casa a ese muchacho sí que sería
un mensaje. Sería decir que en este país, de
verdad, la paz es más importante que la guerra.
Yo no sé si esto sirva de algo. Por ahora solo
confío en que usted lea. Tal vez, un día, Nairo,
en su casa, también pueda hacerlo. Esta, es la
postdata de mi carta.
Atentamente,
Jorge Enrique Rojas".